lunes, 30 de noviembre de 2015

Cantautoras y feminismo

Yo he crecido con el pop rock. Pero sobre todo, con el pop.

He sido de las que se levantaban con canciones pop y las escuchaban de camino al instituto; de las que bailaban pop y se enamoraban al son del pop.

El pop me ha alegrado la vida, me ha endulzado los madrugones, le ha puesto banda sonora a mis amistades y mis amoríos y sobre todo, a mi autoestima. El pop feminista es el que me ha mostrado la cara joven del feminismo, la informal, la que sigue a las sufragistas y continúa su legado enseñándonos a querernos a nosotras mismas. Sueño con chillar en algún concierto y me sé de memoria los estribillos más pegadizos.

Y no me da vergüenza. Lo popular no tiene por qué dar vergüenza. Lo adolescente, lo femenino, menos todavía. Pero este año he descubierto algo nuevo.

He descubierto a las cantautoras. He descubierto las canciones más lentas, los acordes de 
una guitarra que acompaña el corazón, las letras que casi rozan la poesía.

La Otra
Y este pasado domingo, en el concierto de La Otra en Valencia, descubrí también la cercanía de la imperfección. Descubrí que, cuando una se equivoca, tiene siempre derecho a volver a empezar. Que hay públicos que no solo perdonan sino que no encuentran ningún error que perdonar. Descubrí lo que en el pop no habría descubierto nunca.

Cuando comencé a escuchar cantautoras, al principio me daba una cierta rabia que no fuera todo redondo como acostumbraba a suceder con la música que yo escuchaba. De repente, las voces eran humanas, sin la tecnología de por medio decorándolas y corrigiéndolas. No había ruido de fondo construyendo melodías sintéticas de las que luego no conseguías deshacerte, y las voces se columpiaban en el aire sin mayor potencia que la de la garganta que las albergaba.

Pero poco a poco, me fui acostumbrando. Y empecé a apreciar la humanidad de esa música. Su proximidad. Parecía que la cantautora y yo fuéramos amigas, que cantara solo para mí, que me dedicara aquella canción. Parecía que yo misma pudiera ser como ella. Parecía un recordatorio de que todas, cantemos como cantemos, tenemos una voz y podemos usarla.

Y por eso, pienso yo, las cantautoras tienen algo que enseñarnos a las chicas adolescentes. Que tenemos voz. Que cualquiera puede coger una guitarra y cantarle a la revolución, a las pequeñas y enormes revoluciones de disolver los celos, de quererte un poco más a ti misma, de seguir caminando mientras puedas. Si el pop nos enseña que podemos hacer lo que nos propongamos, con sus canciones de amores de película y cargadas de sex appeal, las cantautoras nos explican cómo hacerlo.

Y es sencillo. Y está al alcance de nuestras manos.

Akelarre
Y eso, queridas, la voz de las mujeres y el que algunas la estén usando para animarnos a otras a alzar la nuestra, aunque sea con la necesidad de una melodía de fondo, me parece casi revolucionario.

Pero esto no ha sido lo único que me han enseñado las cantautoras. Las cantautoras me han enseñado también que no hace falta ser perfecta para cumplir tus sueños. Que no hacen falta trajes de infartos, focos ni escenarios; que tú sola, en tu casa y con una cámara y una guitarra, ya puedes llegar muy lejos. Las cantautoras me han enseñado algo que contradice todo lo que la sociedad lleva diciéndome desde que nací: que las mujeres, las chicas como yo, no tenemos por qué ser perfectas.

Que no nos hace falta ser perfectas para ser tan grandes como ellas.

Que no nos hace falta ser bellas para merecer ser escuchadas. Que tenemos derecho a equivocarnos, como se equivocó La Otra en su concierto, y a ninguna de sus espectadoras nos importó. Porque todas comprendimos, de repente (al menos yo), que aquella era la Muerte al guión.

Porque las cantautoras no tienen guión. Solo alma y corazón.

Y por eso, os recomiendo que, alguna vez, dejéis de lado vuestros gustos musicales habituales y les deis una oportunidad a mujeres, cantautoras tan grandes como La Otra. De las que te hacen cuestionarte hasta tu nombre, pero qué dulces, qué dulces que te saben las preguntas cuando las hacen sus bocas.


Porque ni somos perfectas, ni debemos, ni queremos serlo. Porque tenemos voz, y cuán, cuán imparables seremos cuando todas nos demos cuenta de ello.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Tres poemas, feminismo y diversidad funcional

La entrada de hoy es una combinación de lindos poemas feministas de @VictoriaKarr en galego y castellano y una reflexión sobre la intersección entre el feminismo y el activismo desde la diversidad funcional de una compañera, @revvolucionaria


[O Monte do Medulio]
A cada paso que daba,
Fecundaba un remuíño
de caracois amarelos.
que bulían rápidamente
polas miñas pernas ata o meu sexo
sen decatarse de que xa estaban dentro.

-Iso supoñendo que dera o paso.-

[El monte del Medulio]
A cada paso que daba,
Fecundaba un remolino
De caracoles amarillos
Que corrían rápidamente
Por mis piernas hacia mi coño
Sin darse cuenta de que ya estaban dentro.

                                                      -Eso suponiendo que diera el paso.-

[La mer(de)]
Ai, fillo de puta! Quen che dera
ter un bate para baterme
                                                                   como baten as baleas.



[La mer(de)]
¡Ay, hijo de puta! Quien te diera
Tener un bate para pegarme
                                                            Como pegan a las ballenas.

[I]
Só tentaba deixar
Algo de min
En ti
Que me sobrevivise
Sen levar una hostia
[I]

Solo intentaba dejar
Algo de mi
En ti
Que me sobreviviese

Sin llevar una hostia


Feminismo y diversidad funcional
Seguro que al leer el título muches os habéis preguntado ¿qué es eso de diversidad funcional? Pues bien, el término de diversidad funcional se utiliza para las personas discapacitadas, este término que se ha utilizado durante mucho tiempo a mí no me gusta…  ¿por qué yo soy menos capaz que cualquier otra persona? ¿por estar en silla de ruedas? ¿por qué es menos capaz una persona neurodivergente, sorda, ciega…? Sin embargo, ``diversidad funcional´´ me parece una manera preciosa de llamarnos, porque somos una diversidad y siento que no se nos discrimina como con las palabras ``discapacitade´´ ``minusválide´´, etc.

Yo, como mujer, lesbiana, diversa busco la igualdad tanto por ser mujer como por ser diversa y lesbiana.  Sinceramente, siento que esas luchas muchas veces van por separado y no entiendo el por qué, es verdad que el transfeminismo mete también a las diversidades funcionales pero no veo colectivos de gente con distintas diversidades y que sea feminista, no consigo entender cómo hay tan pocas personas con diversidades que sean activistas y he estado reflexionando muchísimo tiempo el porqué de esto y creo que es por la discriminación que sufrimos incluso en espacios seguros, porque se nos cuestiona o simplemente piensan que no somos capaces.

Chiques, todes somos válides y desde aquí os animo a que nos unamos como si fuéramos une, debemos acabar con toda la discriminación y demostrarles a les demás que incluso teniendo todas las dificultades del mundo podemos con todo, nosotres somos quienes nos ponemos los límites: no dejemos que les demás lo hagan y aunque no lo creáis ya hacemos muchísimo simplemente con levantarnos cada día y seguir aunque tengamos demasiadas ganas de tirar la toalla.

¡TODES CONTRA EL HETEROPATRIARCADO, LA NEURONORMATIVIDAD, LA TRANSFOBIA, XENOFOBIA Y CUALQUIER TIPO DE DISCRIMINACIÓN!

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Esto es por las enfermas mentales, recital a distancia

ambivalentlyyours.tumblr.com
Desde el primer momento, Esto es por las enfermas mentales se escribió para ser recitada. Mi sueño es declamarla un día frente a una audiencia de personas, de mujeres como yo; enfermas, no solo válidas sino valiosas. Porque a las locas se nos da muy bien gritar, y se nos da todavía mejor escuchar a nuestras hermanas

http://www.goear.com/listen/76c5918/esto-es-enfermas-mentales-pensando-lila

martes, 24 de noviembre de 2015

Mente Diversa I: Esquizofrenia

Este artículo marca el comienzo de una serie de artículos de mitad semana concienciando sobre trastornos mentales y/o neurodivergencias y desmontando mitos alrededor de los enfermos y el tratamiento de estos, basados en este hilo de mi Twitter https://twitter.com/_Missmovin0n/status/664162671361658880. He decidido empezar con la esquizofrenia porque está terriblemente estigmatizada y quienes la tienen sufren y han sufrido de los mayores abusos psiquiátricos y médicos imaginables, pero continuaré con el trastorno límite de la personalidad y el trastorno obsesivo-compulsivos (de los que ya he hablado en el ya mencionado hilo).










lunes, 23 de noviembre de 2015

A las deprimidas nos han robado nuestras depresiones

A las deprimidas nos han robado nuestras depresiones.

¿Que qué quiero decir? Quiero decir que la depresión aparece en la tele, en las series y en las películas y también en los libros, pero no lo hace de forma realista. Ved Skins, American Horror Story; el repertorio de camisetas de Urban Outfitters con estampados tan sanos como depression o eat less. Se mercantiliza la depresión de forma que guionistas y productoras toman una enfermedad asesina, una dura realidad, y la convierten en un producto estético que vender a jóvenes vulnerables cuando no en una tragedia poética.

Así, tenemos chicas delgadas y guapas como deprimidas, como si las gordas no pudieran estar tristes. Como si las feas no pudieran estar tristes. Como si los chicos no pudieran estar tristes. Porque la imagen que estamos transmitiendo a la juventud de la depresión está tan feminizada que si ya nos parece inimaginable que un chico tenga emociones “de mujer”, más todavía que lo hundan. Tenemos chicas delgadas y guapas llorando en la bañera, cortándose las muñecas y bebiendo y drogándose (que es, desde luego, una cara de la depresión; pero, recalco, solo una); pero no tenemos jóvenes que tardan horas en lograr levantarse de la cama, que se quedan sin ganas de comer, que se olvidan de 
ducharse.

Porque esa depresión, la de verdad, no es atractiva. Porque las depresiones de verdad no venden.

Así, nos encontramos con que se ha mercantilizado la depresión y se ha proyectado una imagen que casi roza el fetiche de la joven deprimida. Una joven deprimida que espera a su príncipe azul, a aquel que la hará feliz de nuevo y le curará la depresión. Aquel que le besará los cortes de las muñecas hasta cicatrizarlos mágicamente. Porque así son los príncipes azules, siempre lo han sido. De pequeña te rescataban del dragón y de mayor te rescatan de ti misma.
El problema es que los príncipes azules no existen, ni pequeños ni mayores. El problema es que nadie te salva de ti misma, menos aun de tu depresión. El problema es que educamos a las chicas para que sueñen con que las salven en vez de para que aprendan a salvarse ellas mismas. El problema es que yo misma soñaba con el galán que me salvaría de mi depresión en vez de esforzarme por aprender a convivir con ella yo sola.
El problema es que reducimos a las mujeres con depresión a lastimeras imágenes, vírgenes de la desolación, siempre al alcance de algún príncipe salvador. El problema es que soy una mujer, soy una persona, no un conglomerado de lágrimas y cicatrices que hace bonito en una escena cinematográfica.

Pero lo peor de todo es que este público masculino que fantasea con chiquillas dependientes e inseguras a las que engatusar no fantasea con sacar de la cama a una joven mujer maloliente. Con acompañarte a ducharte cuando los mechones de cabello graso se te pegan a la frente. Con tener que interrumpir una película porque eres incapaz de concentrarte en nada. Con quedarse sin follar porque, ya sea por la depresión o por efectos secundarios de la medicación, has perdido la libido.
Así, nos retratan a las chicas con depresión como algo que no somos y acabamos atrayendo compañías que no están preparadas para cuidarnos con lo que tenemos.

Sin embargo, quizás no deberíamos quejarnos. Al menos, nosotras aparecemos en los medios como algo más que un chiste (como nuestras hermanas las obsesivo compulsivas) o una historia de terror (como nuestras primas las esquizofrénicas, psicóticas, psicópatas y sociópatas y las de los trastornos de personalidad). Al menos, con nosotras al público se le permite simpatizar. Aunque no sea con nosotras de verdad.
Porque hasta aquí llega la representación para las enfermas mentales, para las neurodivergentes. Deprimidas, auto-lesivas, anoréxicas y bulímicas. Las demás son tan solo disparadores de risas y miedos. Si es que existen en los medios.

Nosotras, mientras tanto, somos carnaza de fetiche y por eso existen artículos como este llamado “5 razones por las que salir con una chica con un trastorno alimenticio* (solo de los que te hacen perder peso, desde luego; a las que viven con trastorno alimenticio por atracón ni las menciona).
“Su obsesión con su cuerpo mejorará su imagen en general”, porque no hay nada tan estiloso como la ropa talla saco para ocultar una supuesta gordura.
“Te costará menos dinero” porque no come, en teoría, pero no estás contabilizando el tiempo que perderás esperando en la consulta del psiquiatra (si tienes suerte; a una mala, acabarás en la sala de espera del hospital) y las lágrimas que derramarás por ella. Ah, no, que los hombres no lloran.
“Es frágil y vulnerable” y yo creo que esta frase habla por sí sola. Un hombre que encuentra un punto a favor de una mujer el que sea más fácil de controlar y de hacer trizas de una sola palabra es un hombre que no se merece volver a tocar a otra jamás.
“Probablemente tenga dinero propio” que se gastará en medicinas cuando mejore y en laxantes cuando recaiga. No hay regalos suficientes que puedan compensar por la impotencia de ver sufrir a tu pareja. Ni necesitas que te la compensen cuando realmente la amas, porque ya lo hacen su brillante personalidad y sus horas a tu lado.
“Es mejor en la cama” porque “es un hecho conocido que las locas son geniales en la cama”. Sí; las locas, cuando nuestras obsesiones corporales nos permiten desnudarnos y no nos aterroriza la posibilidad de que nos utilicen para luego humillarnos públicamente, cuando aún nos queda algo de libido, podemos ser geniales en la cama.

Y podría escribir tanto sobre esto. Sobre cómo unas enfermas mentales tenemos algo de espacio y a otras se las expulsa del espacio público directamente porque lo suyo no se puede mercantilizar para un público femenino adolescente vulnerable y un consumidor masculino fetichista. Sobre las muñecas rotas y atractivas que hacéis de nosotras las deprimidas.
Porque mi enfermedad mental tiene público mientras venda, pero no se supone que yo hable públicamente de ella; en teoría, para eso ya está mi psiquiatra. Porque mi depresión os gusta en vuestras pantallas en blanco y negro y en vuestros brazos salvadores, pero no en mi boca sincera de enferma que nunca se queda sin voz para gritar. Porque mi depresión no es ni tan trágica, ni tan estética. Es mi realidad, y convivo (como muchas otras miles) con ella.

Pero prefiero acabar este artículo, como siempre, de protesta con la promesa de una declaración de amor: pronto publicaré otro que ya esbocé en mi cuenta de Twitter, otro en el que escribo sobre cuánto me gustamos las enfermas mentales. Con los síntomas que dan miedo. Con los efectos secundarios más jodidos. Con las marcas y las manchas más feas.

Tal como somos. Mujeres. Personas. Algo más que títeres, que bestias sexuales, que princesas que salvar del dragón de la depresión.

*afortunadamente, en respuesta a este nauseabundo artículo existe un poema slam de Megan Maughanhttps://www.youtube.com/watch?v=HRklWPkftiA

sábado, 21 de noviembre de 2015

El mundo no es nuestro, pero salimos a la conquista

Las calles no son nuestras. Las calles son vuestras y las infestáis de miedo y vergüenza.

Estoy hasta el coño de no poder andar de la mano de otra mujer sin escuchar a gritos vuestra lesbofobia. Estoy hasta el coño de no poder besar a otra mujer sin que ancianos nos sigan como quien se cambia de fila en un cine porno. Estoy hasta el coño de no poder despedirme en el metro de otra mujer sin que un señor se queje de la indecencia de los jóvenes. Estoy hasta el coño de que vuestras miradas nos taladren, vuestras palabras nos asusten y seamos siempre nosotras las que acabamos apretando el paso para huir de vuestros juicios y prejuicios. Mis amigas están nerviosas porque no saben qué ponerse para su cita; yo estoy nerviosa porque no sé qué nos pasará si nos cogemos públicamente de la mano. Cuidado, tenemos suficiente rabia acumulada como para prenderles fuego a las calles que hace tanto que nos robasteis.

Los colegios no son nuestros. Los colegios son vuestros y los infestáis de odio y soledad.

Me odio a mí misma por haber mantenido la mirada baja en los vestuarios por miedo a que me pillaran mirando a otra chica, porque las bolleras dan igual en el patio pero dan asco entre nosotras. Me odio a mí misma por no haber respondido cada vez que alguien usaba “maricón” como insulto. Me odio a mí misma por no haber callado cada boca que reía ante la palabra “travesti” como si la mera existencia de mis hermanas trans fuera un chiste de sangriento desenlace. Me odio a mí misma por no poder rescatar a las miles de niñas que acuden a las aulas cada día como quien pone un pie en el purgatorio, que temen los pasillos de sus institutos como los ciervos temen la veda abierta de caza y miran suplicantes a profesoras que no son más que abogadas del diablo. Me odio a mí misma porque hay días que odiar este mundo que sacrifica a sus pequeñas por ser diferentes es demasiado agotador y es más fácil dirigir mi rabia hacia mi reflejo en el espejo por no poder pararlos.

Los hogares no son nuestros. Los hogares son vuestros y los infestáis de orfandad y rechazo.

Cuando salgo del armario con mis padres lloro de alivio porque ni tan siquiera sabía qué pensaban ellos de las lesbianas; nunca había oído esa palabra dicha en voz alta en mi casa. Me tengo que considerar afortunada porque no me bastan los dedos de las manos para contar las amigas que tengo que lloran de desesperanza, de abandono, lágrimas pesimistas avistando un futuro sin padres que te quieran como eres. Una madre que necesita días para asumirlo es un buen pronóstico porque hay otras que no lo lograrán nunca. La posibilidad de que las echen de casa es algo a barajar; menos mal que nosotras hemos aprendido a hacer hogares de los brazos de nuestras hermanas. Mi mejor amiga es bisexual y sus padres me siguen queriendo tal como soy pero no son capaces de hacer lo mismo con ella, porque una cosa es que el pecado camine por nuestras calles y otra muy distinta que viva en nuestras casas. Mi otra mejor amiga es bisexual y si sus padres ya no aprueban el lesbianismo a saber qué piensan de la bisexualidad, si eso es solo vicio. A los 15 años me duermo llorando porque a un amigo de un amigo su padre lo apalea por ser maricón. A los 17 me duermo con pena porque tengo amigas a las que sus padres intentan constantemente convencer de que sus religiones no son compatibles con los siete colores del arco iris de sus almas.

Nada es nuestro. Quiero chillarles que hay días que me dan igual los matrimonios y las banderas colgando de sus ayuntamientos mientras nos sigan dando el suicidio a cucharadas con los cuentos de príncipes y princesas que nunca, nunca se enamoran de sus doncellas. Quiero chillarles que hay días que me dan igual los Orgullos; no tienes tiempo para enorgullecerte cuando te paraliza el miedo al pervertido que os sigue por la calle. Por no ser, no son mías ni mis manos cuando aprietan las de ella para recordarle que aunque sus ojos y palabras se claven en nosotras, en nuestros cuerpos y traseros, estamos juntas en esto. Por no ser, no es mía ni mi boca cuando besarla es el comienzo de un interrogatorio sobre cómo follamos las lesbianas. Porque es impensable que se produzca un orgasmo en ausencia de un pene, porque es impensable que una de nosotras sí tenga pene, porque es impensable que pueda querer a otra mujer para algo más que follar. 

¿Acaso vosotros solo las queréis para follar y por eso estáis tan desesperados por saber cómo “nos las arreglamos” para hacerlo?

Pero como leí hace poco, “Que este mundo no esté construido para nosotras no quiere decir que no sea nuestro para conquistarlo”.

¿Que no tenemos nada? Mentira, tenemos un mundo entero que conquistar. Cogidas de la mano, con tanta fuerza que a veces pienso que somos una, que bebes de mi boca y yo me pierdo en la tuya. Que se queden con sus medias naranjas, que igual que no necesitamos su aprobación para besarnos, no necesitamos sus metáforas de posesión para hablar de amor. Nosotras somos naranjas enteras, lirios entrelazados floreciendo, la verdadera revolución del amor y del sexo.


Nunca ha habido una revolución tan romántica. Nunca nadie nos ha podido parar. Llevamos tantos siglos como siglos vamos a durar.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Machismo en Ciencias

La colaboración de hoy consta de dos experiencias de amigas íntimas mías, sobre un tema que también es muy importante para mí: el machismo en la educación y, sobre todo, el machismo en las Ciencias.
Creo que todos sabemos ya que el machismo es imperante en nuestras aulas; que faltan referentes femeninos, no ya porque en su época el acceso de la mujer a la Ciencia fuera todavía más complicado que hoy en día, sino porque a las que sí lo consiguieron las hemos vuelto invisibles y escondido tras sus maridos y compañeros. Que hay estudios que demuestran que los padres son más reacios a contestar las preguntas de las niñas en museos de Ciencia que las de los niños. Que no educamos a nuestras hijas alentando el deseo a construir e investigar, si no (y es igual de importante, no lo dudo) a cuidar y atender. Muñecas en vez de Legos. Cocinitas en vez de juegos de Magnetos.
Sin embargo, a veces se nos olvida que esto repercute en el día a día de las valientes mujeres que, ellas sí, deciden cursar carreras de Ciencias. Yo estudié un bachillerato científico y ya le noté sus tintes machistas; pero en la Universidad cambié de campo y sin embargo estas amigas mías se han enfrentado directamente al machismo, al ser discriminadas personalmente por ser mujeres, por estudiar lo que estudian.
Espero que su experiencia no solo nos indigne, sino que nos abra los ojos y dejemos de negar las experiencias femeninas cuando nos las cuentan.

"Este artículo no está basado en estadísticas, sino en la experiencia personal.

Ser una mujer en un mundo de hombres es difícil y quien diga lo contrario miente o es tan inocente que debería meterse en una burbuja y no salir.
Ya de normal vivimos en un mundo de hombres, sólo hay que ver que la mayoría del poder, ya sea político o económico, recae sobre hombres; pero hay subsistemas donde no es que haya más hombres, es que ver mujeres es raro. Concretamente en mi facultad de ingeniería informática sólo un 10% del alumnado son mujeres (y otro tanto respecto al profesorado, aunque no tengo cifras exactas). 1 mujer por cada 10 hombres. Hay clases en las que hay una o ninguna chica.

Me gusta estar con chicos. Y no tiene nada que ver con el sexo, ni con que así es más fácil liarte con alguien. Simplemente es más fácil estar con ellos. Al menos en mi experiencia, lo he pasado mucho peor en clases donde la mayoría eran mujeres. Y he estado mejor con hombres.
Pero eso no quita que sea un mundo donde las chicas no son lo más normal. Y eso repercute, mucho.

En primer lugar está la cosificación. Es lo primero que encontré cuando llegué a la facultad. Cada vez que pasaba una chica se quedaban mirándola y analizándola. A mí se me quedaron mirando y no me considero alguien a la que valga la pena mirar de esa forma. Cuando estábamos dentro de clase, y la puerta estaba abierta, si se oían unos tacones la mitad de la clase se giraba para mirar. Debo decir que estos eran los primeros cursos y que la edad media era 17-18 años. Pero aún ahora cada vez que pasa una chica, los chicos se pegan codazos entre ellos y la señalan y comentan. No lo veo mal, al fin y al cabo yo si estoy con mis amigas tampoco voy a dejar de hablar si pasa un chico por delante y nos gusta. Lo malo es lo fácil que salen las palabras como “guarra”. Y de nada sirve que yo diga “No tiene pinta de no haberse duchado” porque enseguida sale de sus bocas: “feminazi”.
Sí, me alegra comunicaros que soy la feminazi de mi grupo de amigos de la universidad simplemente por ser feminista. A veces intento explicarles las diferencias, intento de verdad explicarles cosas importantes como que una mujer no tiene por qué ser una puta por acostarse con muchos mientras un hombre es el puto amo. Pero no lo entienden. Y yo me frustro. Y ellos me llaman feminazi y vuelta a empezar.

Algo que me ha pasado recientemente es que estoy haciendo un trabajo en grupo, yo contra siete chicos. Me estoy sintiendo bastante dejada de lado. Primero me recuerdan que haga cosas con un poco de suficiencia y que yo obviamente sé que tengo que hacer. ¿Por qué me lo recuerdas a mí y no a los demás que son los que no lo hacen? Por otro lado yo iba a encargarme de hacer una cosa que se me da bien (diseñar), al final acabó haciéndolo otro al que le costó el doble de lo que me podría haber costado a mí. Y yo me tuve que dedicar a hacer trabajo casi de secretaria (acordar ciertas cosas del trabajo con la profesora), para que después viniera alguien y tocara lo que había hecho yo porque sí. Me he sentido desplazada y no saber cómo poner solución me trajo más de un ataque de ansiedad (gracias, chicos).
No es la primera vez que me siento así, pero esta ha sido la que más me ha afectado porque no han tenido en cuenta mis capacidades y parece que hayan hecho piña y me hayan apartado.
Sé que puede ser mi percepción y que igual no ha sido su intención, pero con esto quiero mostraros que no es fácil meterse a hacer una carrera “de hombres” siendo mujer y salir indemne. Aún así no dejéis de intentarlo porque lo de las ingenierías para chicos y las letras y sociales para chicas es una de las cosas que más daño hace a la sociedad, desde mi punto de vista.


No me arrepiento de estar donde estoy. Pero ojalá la sociedad estuviera más sana y ninguna mujer tuviera que pasar por cosas así y mucho peores."

Mari Carmen Fombuena, @BrujaEnLaLuna en Twitter.

"Es curioso el pensamiento que tenemos sobre el machismo. Luchamos contra ese monstruo al que aborrecemos, vamos a manifestaciones, evitamos el lenguaje sexista y denunciamos la degradación del sexo femenino, así como la violencia hacia éste. Luchamos por la igualdad.
Bien, esto está más que claro. Pero una cosa es luchar contra ello, que te cuenten que a una conocida de tu vecina le pasó esto, que a una prima de tu amiga le paso eso otro…pero vivirlo tú misma, sentir como te menosprecian por ser mujer…es la peor sensación que he experimentado en toda mi vida.

Estudio arquitectura. Hace unas cuanta semanas mandaron en clase de construcción un trabajo por grupos. Teníamos que analizar una vivienda, hacer un PowerPoint, un documento de mínimo 15 páginas y una exposición en clase. Yo estaba sin grupo aun y cuatro chicos de mi clase me ofrecieron ir con ellos. Yo acepté, me caían muy bien y tenían pinta de trabajadores.

Quedamos un viernes a la salida de clase para hacer el trabajo. Como éramos cinco nos dividiríamos lo más importante y lo juntaríamos a la semana siguiente, vamos, lo que hace todo grupo de trabajo que se precie. Aquí viene lo interesante del asunto. Teníamos que montar el PowerPoint y calcular las cimentaciones de la vivienda (que son las bases que sirven de sustentación al edificio, para que nos entendamos, lo que hay abajo que aguanta la casa). Obviamente calcular esto resulta muchísimo más interesante que hacer un soso PowerPoint, o al menos para mí, y yo me ofrecí a hacerlo. Y cuál es mi sorpresa cuando uno de mis compañeros me responde:

-       No, no, tú mejor monta el PowerPoint, que como eres una chica seguro que se te da mucho mejor. Déjanos el cálculo para nosotros.

Espera, ¿qué? ¿Esto es en serio?
Pues sí. Pestañea todas las veces que quieras que no estoy de broma.
Al parecer para hacer cálculos matemáticos y de estructuras es necesario disponer de toda la fuerza y la inmensa inteligencia que te aporta el hecho de ser un hombre.

 Ante esta situación yo salí por la tangente de “precisamente por ser una chica lo haría igual o mejor que tú”, pero cuando uno tiene la mente tan sumamente cerrada ni a palazos se es capaz de abrir.

Intenté que mis compañeros me ayudaran, pero en lugar de eso guardaron silencio y le apoyaron a él.
Acudí después al profesor de la asignatura, nadie mejor para solucionarlo. Pero para mi sorpresa según él, el problema era mío al haber escogido ese grupo y no otro, y por lo tanto yo debía cargar con las consecuencias. Cágate lorito.

 Nunca en toda mi vida me había sentido peor. Me habían insultado de la peor de las maneras. Yo, por ser mujer, era inferior a ellos, por ser hombres. Y me sentía tan mal, tan sumamente mal. Me sentí sola e incomprendida, insultada y humillada. Es un dolor indescriptible.

Después de esto he de darles las gracias a mis compañeros de delegación de alumnos por ayudarme tanto y darme soluciones reales y efectivas. También a mis padres por apoyarme y ayudarme a denunciarlo y, cómo no, a mis niños, por escucharme y darme fuerzas. Te sientes menos sola cuando comprendes que hay gente que te quiere."

Experiencia anónima de una amiga mía.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Body Positive I: Más allá de la belleza

http://moosekleenex.tumblr.com/
El movimiento body positive tiene como objetivo el que todas nos aceptemos en nuestra piel, con nuestro cuerpo, y nos amemos a nosotras mismas más de lo que amaremos nunca a nadie. El movimiento body positive es, para mí, más un intento constante de tratarnos como tratas a quienes quieres que una carrera por alcanzar la meta del amor propio. El movimiento body positive es para todas, para las que ya se quieren, para las que nos queremos a veces más, a veces menos (la mayoría de nosotras), y para las que todavía se odian.
Así, como ya comenté en la primera entrada, el movimiento body positive trata en muchos sentidos de redefinir la belleza. Redefinimos la belleza como subjetiva, como una belleza de todas y para todas, sin límites de género, de peso, de espacio, de color, de altura, de edad o de capacidad. 

Así, podemos afirmar sin tapujos que, si nos vemos a través de nuestros propios ojos y estos miran a través de un velo de amor propio, todas somos bellas porque ninguna lo es objetivamente.

Este es un objetivo vital para muchas. Sobre todo, para aquellas a las que les han dicho desde el principio que su cuerpo nunca podrá ser bello sin cambiar primero; más aún, que ellas nunca podrán ser queridas mientras sean cómo son. Para las gordas, para las de piel oscura, para las planas, para las trans, para las “masculinas”, para las que envejecen, para las que tienen estrías (si es que no somos todas), para las chicas con diversidad funcional o las que no tienen fuerzas ni motivación para ducharse y mantenerse limpias. El canon de belleza nos limita, nos oprime a todas porque para eso es un canon inalcanzable, para que gastemos dinero, tiempo y salud en intentar sin éxito caber dentro; pero a unas nos deja más espacio que a otras.
Sin embargo, para mí el objetivo final del movimiento body positive es saber mirar más allá de la belleza. Es ser capaces de despreocuparnos de ser bellas. Es ser feas felices, feas despiertas en vez de bellas durmientes, feas que sueñan, que hacen y, en definitiva, feas que somos y que vivimos.

Por eso, en mi propia ruta bodyposi, el mayor reto pero también el más definitivo no ha sido aprender a sentirme guapa sino aprender a quererme independientemente de si me veo guapa o no. Ahora puedo decir que me quiero en mis días malos, me quiero con el pelo sucio, me quiero con ojeras, me quiero con ropa poco favorecedora, me quiero al entrar desnuda en la ducha después de otro día cansado. Porque aunque me quiera menos, aunque me quiera pero me cueste, aunque me quiera solo en privado, me quiero porque sigue siendo mi cuerpo, el que me da un continente para todo mi contenido. El que me mantiene viva, aunque a veces me frustre su funcionamiento.
La Venus del espejo - Diego Velázquez
Y quería escribir sobre cómo he ido aprendiendo a relacionarme de esta nueva forma con mi cuerpo. A quitarme, aunque solo fuera a veces (también tengo mis momentos de ponerme mi mejor conjunto y música sexi y bailar delante del espejo hasta que me enamoro un poco más de mí misma, no os creáis que no me gusta sentirme guapa como a la que más), las gafas de la belleza para verme tal como soy en realidad: un cuerpo. Una persona. Una mujer.

Así, lo primero que hice fue intentar cambiar el que era para mí el momento más duro del día. La ducha. Ducharme, enfrentarme a mi cuerpo desnudo de tú a tú, y luego recolocarme el pelo para el día siguiente me causaba una ansiedad terrible. A veces, me agotaba tanto mentalmente que tenía que ducharme sentada; no tengo dedos para contar cuántas veces he llorado en la ducha tampoco.
Pero, dado que tenía que hacerlo igual, decidí endulzar un poco este proceso. Por Navidad me regaló mi madre una loción hidratante de coco (cualquiera que me conozca sabe que me flipa el coco), y después de ducharme, una vez ya me había secado, me sentaba sobre la cisterna y delante del espejo me untaba el cuerpo entero de crema. Totalmente desnuda. Sintiendo todos mis pliegues y recovecos, mis llanuras y mis montes, como quien vuelve a casa después de haber pasado mucho, mucho tiempo fuera.
Empecé a ver mi cuerpo como el de un bebé. Nadie espera belleza de un bebé; tampoco ningún tipo de atractivo sexual. Nadie espera nada de un bebé; la gente quiere a los bebés solo por lo que son, y por todo lo que prometen poder llegar a ser. Así, yo me sentía como la madre que mima a su criatura después de bañarla; me sentía al cargo de mi cuerpo, me sentía agradecida por tenerlo, sentía una conexión más profunda con él de la que he podido sentir nunca con otra persona.

En esta jornada de amor propio, decidí continuar redescubriendo mi cuerpo desnudo. Ya llevaba tiempo aprendiendo a gustarme con ropa atrevida, maquillada o sin maquillar, en mis innumerables selfies y posando delante del espejo. Ahora, sin embargo, estaba llegando mucho más allá.
Comencé a ponerme menos ropa cuando estaba sola en casa. A quitarme el sujetador (para alguien que llevaba años durmiendo con sujetador para no notarse el pecho demasiado pequeño, esto era mucho) y, finalmente, a ir directamente en tetas. Al principio no dejaba de observarlas y cambiar de postura para favorecerlas más; pero a base de utilizar el ordenador, de leer, de comer en bragas empecé a acostumbrarme a que mi cuerpo no luciera siempre perfecto. A mi cuerpo al natural. A mi cuerpo visto con mis propios ojos.

Y, por último, este verano probé a dormir desnuda (o casi). No recordaba haber hecho eso desde que era muy pequeña; pero, al fin y al cabo, todo esto trataba en parte de relacionarme con mi cuerpo como antes, como antes de que el canon me cegara, me intoxicara la mirada. A cuidarme como cuidarías de una niña.
El caso es que me metí en bragas en la cama, con la humedad de la playa en agosto flotando en el ambiente y las sábanas pegadas al cuerpo. Me abracé con fuerza, crucé las piernas y un rato después estaba plácidamente dormida.
Así comencé a disfrutar de aquella pequeña liberación cotidiana, del librarme de las capas de ropa que me aprisionaban durante el día cada noche como quien se libra de los juicios y comentarios ajenos. Pero lo mejor era despertarme, los brazos sobre la sábana, mi cuerpo expandiéndose en aquella cama y la luz del sol bañando mi piel.

Despertar humana.

Despertar viva, bella o no bella, guapa o fea.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Me levanto sabiendo que me espera un mundo que no es para mí

Me levanto sabiendo que me espera un mundo que no es para mí. Un mundo que no tiene suficiente espacio para mí. Un mundo que me obliga a empequeñecer y a callar porque mi voz, esta voz con la que nací que grita y llora y susurra y explica, es demasiado molesta. Un mundo que prefiere taparse los oídos a escucharme, mirar hacia otro lado a verme.

Me levanto sabiendo que me espera un mundo que me miente. Un mundo que me dice que sí, que me acepta y me quiere en su seno, que tengo derechos y soy digna de un nombre y una vida a mi altura. Un mundo que me cuenta un cuento tan bonito mientras cuchichea historias de miedo al oído de las niñas que son como yo. ¿No es consciente acaso de que los monstruos de sus fábulas también son como yo?

Me levanto sabiendo que me espera un mundo que tan sólo me tolera. Un mundo que ha asumido que existo y que molesto pero que hace todo lo posible porque no haya más como yo aquí. Me levanto y se me rompe el corazón, ya a primera hora del día, por todas las niñas que crecen intentando encajar en un mundo que nunca se construyó para ellas. Por todas las niñas que se arrancan partes de sí, que destiñen porque los colores del arco iris son demasiado brillantes para este mundo en blanco y negro.

Me levanto sabiendo que este mundo que se ofrece a mantenerme viva es el mismo que intenta matarme mientras duermo. Me levanto sabiendo que este mundo en que puedo casarme es el mismo mundo que se resiste a dar asilo a una refugiada lesbiana perseguida en Camerún. Me levanto sabiendo que este mundo en que es ilegal perseguirme por ser como soy es el mismo mundo en que quinceañeras se desangran con sus propias manos por ser como soy, porque nadie les ha dicho que sí, se puede ser así, porque no hay nadie en los colegios y las casas y los clubes que les explique que siendo así se puede llegar a adulta. Porque ya no existe la homofobia pero sí los padres homófobos, al parecer, y la ley se queda a las puertas de casa. Y del instituto. No sé cómo les extraña que acabemos dándonos a la bebida.

Me levanto sabiendo que este mundo en que dos hombres ya pueden andar de la mano es un mundo en que lo que yo soy cuando ando de la mano de otra mujer no es más que un fetiche, una categoría de página web pornográfica, un nuevo juguete para su consumo. En que sus manos y sus palabras recorren mis pechos y mi trasero en busca de los rastros que han dejado otras mujeres.

Me levanto sabiendo que este mundo en que ya es ilegal intentar curarme en una clínica es el mismo mundo en que hay hombres arreglándoselas para creer que pueden arreglarnos de un polvo. Me levanto sabiendo que lo hago en un mundo en que ha sido necesario acuñar la expresión “violación correctiva”. Me levanto sabiendo que este mundo en que lo que yo soy ya no necesita de medicinas es el mismo mundo en que mis hermanas trans pasan años en las manos de psiquiatras solo por existir de la forma en que lo hacen. Me levanto sabiendo que este mundo que es peligroso para mí es directamente mortífero para mis hermanas bisexuales, que les roba la salud y el sexo y la vida poco a poco pero de forma certera.

Me levanto recordando a todas las muertas que murieron porque yo pueda vivir como vivo. Me levanto recordando un tiempo en que las mujeres como yo ardían en la hoguera por penetrarse unas a otras mediante objetos fálicos, en que se aplicaba la castración química a los hombres como yo. Me levanto sabiendo que aunque yo jamás contraiga el SIDA seguiré estrechamente ligada a la historia de esta enfermedad a la que arrojaron a tantos de mis hermanos. Me levanto sabiendo que a la revolución de Stonewall le debo poder tomar la mano de una mujer sin miedo a la policía (a mí se me permite temer tan solo al resto de personas que nos rodeen).

Me levanto con la cabeza llena de recuerdos, así como de sueños de un futuro distinto. Me levanto orgullosa, que no agradecida, por todo el terreno que les hemos ganado; no les voy a dar las gracias por regalarnos nada porque nada nos han regalado, todo lo que tenemos se lo hemos arrebatado luchando. Me levanto orgullosa y sin embargo no tengo suficiente. No creo que nunca vaya a tener suficiente, tendría que vivir más tiempo para poder estar conforme con algo.

Porque enorgullecernos del mundo que hemos conquistado no puede cegarnos a la realidad de que sigue sin ser un mundo construido por y para nosotras. Tenemos que levantarnos todas las mañanas y ser conscientes de que esto no se ha acabado, de que ni siquiera ha empezado, de que nuestras niñas se odian y sus padres alimentan ese odio a base de comentarios bienintencionados y silencios cómplices. De que los colegios son pastos en cacerías y las calles terrenos hostiles.

Me levanto en un mundo que es un poco más mío que ayer, anteayer y hace dos siglos pero que sigue sin ser por y para mí. Me levanto sabiendo que ya he llorado suficiente y si mi voz molesta es por algo.

Me levanto lamentando todas las lágrimas que he llorado por ser como soy. Me levanto orgullosa de que la rabia contra mí misma se haya convertido en rabia contra este mundo que no es para mí.


Me levanto jurándome que no me voy a conformar con un alto al fuego. Que pienso luchar hasta ganar esta guerra.

jueves, 12 de noviembre de 2015

"Dos Literas", Ollie Renee Schminkey

Este es un poema que prácticamente no puedo escuchar sin llorar. Un poema en que Ollie nos cuenta cómo amar a alguien, cómo estar con alguien, cuando tu cabeza y tu corazón están en tu contra. Cuando te vuelven en su contra. Cuando tu trauma va más allá de lo que esa persona jamás ha sufrido. Me parece imprescindible.


"Mi pareja y yo dormimos en dos literas juntas,
Y así podemos fingir
Que tenemos una cama lo suficientemente grande para las dos.
A veces
Cuando nos movemos al dormir
Las camas se separan la una de la otra,
Y nos despertamos con este hueco entre nosotras.
Anoche me encontró llorando en nuestra cocina,
Me ofreció sus manos como un vaso de leche tibia con miel,
Pero mi tristeza no requiere caricias suaves.
He llorado lo suficiente en mi vida
Como para que ya no sea excitante ni peligroso.

Estoy agradecida porque a mi pareja nunca la hayan violado,
Estoy agradecida porque su boca nunca se haya tornado más cenizas que lengua,
Pero a veces es tan solitario sentir que no valgo nada yo sola.
Cuando hablo de la nauseabunda sensación de la que todavía queda rastro,
Incluso cinco años después,
Sus ojos son un cielo lleno de lástima.
Lástima, la emoción que se da un festín
Mientras habla de los hambrientos.
A ella no le hace falta salir del cine durante la escena de violación,
El aviso de contenido sensible no se le aplica.
Es tan fácil hablar de cuán vergonzoso es
Cuando nunca te has tenido que sentir avergonzada de clamar la palabra superviviente.

Es decir,
Que lo más difícil de su día
Es qué elegir para desayunar.
Es decir,
Que a veces me despierto
Y hay tanto espacio entre nosotras
Que solo está el duro suelo de parqué
Donde pensaba que estaría su cuerpo.
Es decir, que la amo,
Pero mi vida es un trabajo de mierda
Que nunca ha sido lo bastante pobre como para tener que conservar.

El sufrimiento no es un concurso.
No hay premio si gano.
No hay nada romántico en las cicatrices de los huesos de mis caderas.
Pero hay una barrera lingüística.
Nuestra diferencia estrangula cada conversación.
Vamos a hacer la compra y cada hombre en la parada del autobús tiene la cara de mi violador.
Ella dice la palabra amor con un poco de demasiada fuerza
Y sus manos me están empujando para hundirme.
¿Cómo le explico que un Buick no es sólo un tipo de coche,
Que es un cementerio?
Que no puedo tener sexo con las luces encendidas
Porque seré capaz de verle ahí.
¿Cómo le explico por qué nuestra habitación está siempre tan oscura?

Cuando habla del instituto,
Habla de los chicos cuyas manos inexpertas
No sabían cómo tocar su cuerpo,
Y todo en lo que puedo pensar es cómo él no sabía cómo apartar las suyas de mí,
Dios mío.
¿Cómo le explico que a veces llorar y tener sexo parecen lo mismo?

Pero amar a alguien implica inventar vuestro propio idioma
Implica convertirse en un sótano durante el tornado
Es convertirse en un espacio seguro
Implica convertir sus manos en una pregunta
Y apartar sus manos cuando la respuesta es no

En este nuevo idioma, borramos la lástima
Y escribimos en empatía
No necesito que lo sienta,
Sólo necesito que me escuche.

En este nuevo idioma, llamamos al contenido sensible sólo una excusa
Para que ella vea otro lado de mí
Llamamos a la distancia una excusa para reorganizar la geografía
Llamamos a llorar catarsis
De la forma en que después de un buen polvo o una buena llorera
Me siento tan cansada que podría sencillamente colapsar
Y no,
La tristeza no es una tristeza fácil.
Esta conversación no es una conversación fácil.
Pero que sea fácil y que merezca la pena no son sinónimos.
Así que nos despertamos, en medio de la noche

Y juntamos nuestras camas de nuevo."

lunes, 9 de noviembre de 2015

Carta a las Lesbianas Primerizas

Crecer y darte cuenta de que no eres lo que te han educado para ser es complicado. Crecer y darte cuenta de que no sabes nada de lo que eres lo es todavía más.
Esto es exactamente lo que implica el darse cuenta de que una es lesbiana, por norma general. De repente, un día, brota la chispa de la duda; ¿y si me gustan las chicas? Y revisas tus recuerdos, y vas viviendo nuevas experiencias, y llega un momento en que la realidad es innegable: te gustan las chicas. Y sólo las chicas.

No eres heterosexual. Tus historias de amor, si es que las lesbianas viven historias de amor de las de toda la vida, no se parecerán nunca a nada de lo que has leído en los libros, visto en las series y las películas. Nunca tendrás un beso de los que se proyectan en los finales felices en el cine. Nunca tendrás una boda como la de tu madre, tus abuelas y probablemente todas los que vinieron antes. Ni siquiera sabes si podrás tener hijas.

Darte cuenta, más rápido o más despacio, más pronto o más tarde, de que eres lesbiana implica encontrarte perdida en medio del mar cuando esperabas atracar en una orilla conocida. Implica quedarte sin muelle ni puerto. Implica no saber quién eres ni qué será de ti.
Porque no se trata solo de que las parejas del mismo sexo no aparezcan en la cultura, en los medios, en la educación, en las charlas cotidianas, en el día a día como lo hacen las heterosexuales. No se trata solo de que no eres quien creías que eras.

Se trata, también, de que lo que tú eres no existe a los ojos de la sociedad; las lesbianas 
somos, lo hemos sido siempre, invisibles.

Leed la página de Wikipedia sobre homosexualidad en España. Leed libros. Leed noticiarios arco iris. Los hombres gais llenan los titulares; se sabe qué son, se sabe que se quieren, se sabe cómo follan y se sabe cómo se les trata. Nadie piensa que dos hombres que se dan la mano sean amigos platónicos. Nadie acosa sexualmente a dos hombres que se dan la mano porque nadie sexualiza para su consumo propio a dos hombres que se dan la mano.
Pero el amor entre mujeres ha sido invisible a lo largo de la Historia. Dado que nuestros escarceos sexuales estaban permitidos por servir al placer masculino, se ha hecho la vista gorda hacia estos mientras no implicaran la penetración mediante objetos fálicos. Dado que el amor entre mujeres era tan fácil de confundir con una tierna amistad, todavía se discute si los antiguos “matrimonios de Boston” entre mujeres no serían vínculos meramente platónicos libres de un componente romántico y sexual.

No tenemos personajes históricos. No tenemos referentes.

Pero sí nos tenemos las unas a las otras. Tenemos, si ahondamos en la Historia, la confirmación de que las lesbianas (o, como mínimo, las mujeres que amaban a otras mujeres) hemos existido siempre; tenemos a nuestro alrededor, seamos o no conscientes de ello, a otras muchas mujeres que aman a mujeres hoy en día.

Cuando yo empecé a plantearme que era lesbiana, tenía 11 años. Ni siquiera hacía mucho tiempo que había descubierto el significado de esa palabra. Nunca había visto a dos chicas besarse. No tenía ni idea de si el amor entre dos mujeres era posible, factible, de si una historia así podía acabar bien. Tenía una imagen heterosexual de cómo sería mi primera relación, mi primera vez, mi futuro al lado de alguien (si es que encontraba a este alguien).
El proceso de ir aceptando mi sexualidad duró hasta los 15 y fue duro, pero eso no viene a cuento ahora mismo. A los 15 años empecé a salir del armario con mi familia y amigas y no tenía ninguna amiga lesbiana ni bisexual que viviera en la misma ciudad que yo; seguía sin haber visto a dos chicas besarse, nunca; todo lo que conocía era el mundo de los hombres gais. De hecho, recuerdo con claridad cómo ver a dos chicos cogidos de la mano me producía ternura y aceptaba con naturalidad el sexo anal en las historias de mis amigos, pero me avergonzaba de mí misma cuando me pillaba mirando a otra chica.
Salir del armario es un proceso catatónico, emotivo, que en mi caso fue afortunadamente positivo al cien por cien. Sin embargo, tenía mis dudas, tenía mis miedos, y por eso ahora estoy escribiendo lo que me gustaría haber leído o escuchado en alguno de los años entre mis 11 y mis 15. Cuando me daba cuenta de quién era yo sin saber bien quiénes eran esas que eran como yo.

A las niñas, jóvenes y no tan jóvenes que desean salir del armario, con ellas mismas o con los demás, como lesbianas os escribo esta carta.

No hay un límite de tiempo para salir del armario. Nunca eres demasiado joven para salir

del armario porque salir del armario no implica grabar en piedra tu identidad para toda la vida; puedes volver a salir del armario, puedes cambiar de idea, puedes identificarte con la etiqueta que quieras mientras tú estés cómoda porque tu identidad es, ante todo, tuya.
Nunca eres, tampoco, demasiado mayor para salir del armario; ha habido lesbianas que vivían toda su vida al lado de hombres, que se casaban, que tenían hijos y a los 40 años o incluso después salían del armario. Digan lo que digan las demás, tengas la edad que tengas, solo tú puedes determinar si es el momento correcto para salir del armario.

No hay, tampoco, un currículum de lesbiana necesario para salir del armario. Da igual que no hayas tenido tu primer beso, ni con una chica ni con nadie; da igual que seas virgen; da igual que nunca hayas tenido novia. Si eres joven, es normal que todavía no hayas encontrado a nadie; y, tengas la edad que tengas, es normal que todavía no hayas encontrado a alguien que te guste, que sea como tú y a quien encima le gustes tú también. Yo salí del armario antes de mi primer beso, y no pasó nada.
Y, si es al revés, si has estado casada con un hombre muchos años, si eras la que cambiaba de novio como de bragas en el instituto o estabas convencida de que lo amabas; también es igual de válida tu orientación sexual. Experimentar, confundirse, cambiar de idea son fases totalmente válidas de la vida en general y de la adolescencia en particular. En tu caso, además, te has visto condicionada por una sociedad y una cultura para la que lo que tú eres prácticamente no existe; y, cuando existe, es como mono de feria, como pecado, como producto de consumo masculino.

Recuerda: ser lesbiana es algo que gira alrededor de quien tú eres realmente, no de con quién sales o con quién te acuestas.

Por otro lado, salir del armario no equivale en absoluto a meterse de cabeza en el mundo lésbico. Dependiendo de cuán grande y moderna sea la ciudad donde vives, del ambiente lésbico que haya y de las personas de las que te rodees, vivirás unas experiencias u otras. Tu vida no tiene por qué ser como tu serie favorita de lesbianas. No necesitas una ristra de ex novias, ni haberte enrollado con todas tus amigas bolleras, para validar tu orientación sexual.
Ser lesbiana es algo mucho más solitario de lo que nos cuentan, y aunque serás afortunada (y deberías intentarlo si tienes esa posibilidad) si te rodeas de amigas bisexuales y lesbianas y tienes lugares a tu alcance donde socializar y ligar, las relaciones a distancia, la soltería y las citas a través de aplicaciones informáticas para conocer a otras chicas como tú son lo más normal del mundo. No te avergüences.

Haber salido del armario no implica tampoco que a partir de ahora tengas que llevar escrita en la frente tu orientación sexual. No necesitas cambiar tu forma de vestir, tu peinado ni tu forma de andar (hasta tan lejos llegan los estereotipos) para ser una lesbiana más convincente; cualquier otra chica que dude de tu identidad porque lleves el pelo más largo, te gusten las faldas y seas más típicamente “femenina” es una chica que no vale la pena. Las lesbianas femme han participado de la sociedad y la cultura lésbicas desde los inicios de estas.
Pero si es al revés, si estar orgullosa de lo que eres te lleva a querer seguir la estética que ha sido nuestra desde siempre (la de las butches y las tomboys alrededor del mundo), o si sencillamente lo que te gusta es ser más típicamente “masculina”: a por ello. La cabeza rapada, las camisas de cuadros o los calzoncillos no son patrimonio exclusivo de los hombres. Tu vestimenta o tu forma de ser no te hacen menos mujer porque ser mujer es mucho más que una vestimenta o una forma de ser.
Y tampoco estás “cayendo en el estereotipo”; el estereotipo lo han creado las personas heterosexuales para identificarnos con mayor facilidad y poder tacharnos de lo que sea que nos tachen los homófobos, y tú eres libre de moverte dentro y fuera de él sin perpetuar nada.

Sin embargo, nada de lo que he dicho antes es tan importante como lo que voy a decir
ahora: no te sientas en absoluto obligada a salir del armario. Salir del armario no es el deber de nadie que no sea heterosexual; esta idea perpetúa el tópico homófobo de que somos infiltradas, de que somos nosotras las que nos ocultamos y no la sociedad la que nos etiqueta a la fuerza y presupone erróneamente lo que somos.
Tenemos como sociedad el deber de acabar con la heteronorma, de que algún día futuro salir del armario ya no sea necesario porque no exista ningún armario (porque, como dice Denise Frohman, el salón será por fin un espacio compartido y dejaremos de sentirnos como invitadas en nuestra propia casa).
Por supuesto, mientras tanto es perfectamente lógico que desees salir del armario, vivir sin mentiras o medias verdades, ser abiertamente quien tú eres. Pero lo que intento decir es que no es un proceso que debas acelerar porque tus amigas te presionen para hacerlo, porque sientas que engañas a los demás o porque te amenacen con contarlo ellos por ti si no lo haces (sí, hay gente que hace esto).
Salir del armario puede ser muy liberador para ti, puede mejorar tu calidad de vida y tu salud mental, pero también puede conllevar muchos peligros: el rechazo familiar, la reticencia de las amigas y, en casos extremos, que te echen de casa o te acosen en tu centro de estudios.



Por eso, salir del armario tiene que ser algo que hagas, tras sopesar los posibles pros y contras, porque es lo que tú y sólo tú quieres hacer ahora mismo.

Eres lesbiana. O bisexual. O trans. O pansexual. O queer. Eres una chica arco iris. Las mujeres y las chicas como tú hemos existido siempre, existimos ahora, al mismo tiempo que tú y en los mismos lugares, y seguiremos existiendo siempre. Nos amamos las unas a las otras, cuidamos de las nuevas generaciones y serviremos de modelo para las futuras. Tenemos una historia, aunque haga falta rebuscar entre los secretos de la oficialidad para dar con ella. Tenemos un pasado, duro, de ilegalidad, de violencia y de estigma, pero también de amor, sororidad y lucha. Parecemos invisibles pero en realidad llevamos los siete colores del arco iris tatuados y nos reconoceremos las unas a las otras vayamos donde vayamos.

No estamos solas. No estás sola, aunque así te sientas. Miles de mujeres como tú, alrededor del mundo, ahora y siempre, estamos contigo.