viernes, 18 de diciembre de 2015

5 razones por las que los derechos de los animales son una cuestión feminista, por Aph Ko

Este es un artículo sobre la intersección entre el feminismo y la liberación animal (veganismo) escrito por Aph Ko y traducido por Álex que me ha hecho el maravilloso favor de pasármelo para publicarlo. Me ha parecido interesantísimo y espero que os enseñe tanto como a mí.

Cinco razones por las que los derechos de los animales son una cuestión feminista.

Los derechos de los animales son un asunto feminista. Hale, ya lo he dicho.

De hecho, la cosificación y explotación de vidas animales debería hallarse bajo un gran escrutinio por parte de las feministas, dado que el feminismo va sobre luchar contra el modo en que el patriarcado rechaza los intereses y la subjetividad de algunos seres por el beneficio de los arbitrariamente designados seres “superiores”.
Lo que resulta más terrorífico es que la vulnerabilidad percibida de los animales se usa como una justificación implícita para su abuso.
En otras palabras, debido a que los animales no pueden defenderse, dar o negar su consentimiento, u organizarse en resistencia, nosotros los humanos sentimos que podemos hacer con ellos lo que queramos, normalmente bajo la falsa apariencia de que estamos “cuidando” de sus intereses.
Hay algunas barreras que generalmente nos impiden entender como opresiva la situación de los animales. Por eso puede que no resulte obvio por qué algunas feministas sostienen que esto es una cuestión feminista.
Pero lo es. Aquí hay cinco razones por las que lo es.

1. Los cuerpos de los animales también están cosificados.
Ser cosificado significa que el cuerpo y la vida de alguien existen para el placer o beneficio de otro.
Como feministas, la mayoría de nosotras somos expertas en retórica cosificadora cuando se trata del cuerpo femenino en los medios. Por ejemplo, sabemos que con regularidad las mujeres son reducidas a objetos sexys de atrezzo en historias protagonizadas por hombres. También sabemos que las mujeres son violadas, golpeadas, acosadas y asesinadas de forma rutinaria porque tendemos a ser visualizadas como objetos de placer para los hombres, en contraposición a seres plenamente sintientes que experimentamos placer por nosotras mismas.
Como dice Jean Kilbourne, “…convertir a un ser humano en una cosa, un objeto, casi siempre es el primer paso hacia la justificación de la violencia contra esa persona.”
Cuando cosificas cuerpos, ves esos cuerpos como cosas que te sirven para un propósito específico.
De forma similar, los cuerpos de los animales no humanos son reducidos a cosas carnales (literalmente) que pueden ser consumidos o usados en proyectos científicos dolorosos y faltos de ética.
Los animales son considerados “menos que”. Culturalmente no son vistos como seres independientes que experimentan dolor, placer y un rango de emociones, y que se relacionan socialmente. Por esto, los animales padecen una horrible violencia sistemática que a menudo ni siquiera es cuestionada.

Ser cosificado explica por qué en tantas industrias se usan ratones, monos, cerdos, conejos y otros animales no humanos en horribles experimentos científicos, porque nos hemos condicionado a no tener consideración por ellos. Esto explica por qué los animales no humanos padecen unas duras condiciones en la industria del entretenimiento como pueden ser los acuarios, o incluso los simios en cine y publicidad, para que los humanos nos podamos reír.
Para nosotras se vuelve culturalmente incómodo cuando consideramos que los animales no humanos tienen emociones, pueden experimentar dolor y depresión, etc.
La cosificación de los animales ha tenido tanto éxito que han sido totalmente despojados de su subjetividad: ellos existen para nosotros.

2. Los cuerpos de los animales se usan para normalizar la cultura de la violación
Los animales tienen sexo. Por lo tanto, las torturas infligidas a los animales son específicas a su sexo y no es una sorpresa que para las hembras, su capacidad para criar condiciona de una forma abrumadora el modo en que sus cuerpos son controlados.
La ganadería intensiva, e incluso las prácticas llevadas a cabo en las granjas “humanitarias”, institucionalizan el sexo forzoso como un violento sistema de opresión. La mayoría de los animales que son asesinados cada año son sacrificados dentro del sistema de la cría intensiva. Las hembras padecen una vida de repetidas violaciones y embarazo perpetuo, y una vez que se han “gastado”, son sacrificadas.
Los “potros de violación” –un término real de la industria para referirse al dispositivo que se usa para inmovilizar a los animales durante la inseminación- aseguran la fecundación constante de animales como vacas y cerdas mientras que las gallinas se crían para que produzcan un apabullante número de huevos, lo cual provoca un enorme estrés en sus cuerpos, causando dolencias reproductivas como la retención de huevos y otras enfermedades.
Como feministas, consumir cuerpos violados y torturados de animales no humanos mientras luchamos contra la cultura de la violación parece un tema digno de estudio.
También está el otro asunto del control institucional de los cuerpos femeninos…

3. La violencia doméstica daña a los animales
Conforme a un artículo del New York Times titulado “El abuso animal como indicio de maltratos adicionales”, Diana S. Urban, congresista demócrata de Connecticut, declaraba que “el maltrato animal es uno de los cuatro indicadores que usa el F.B.I. para estimar un futuro comportamiento violento”.
Hay una clara correlación entre dañar a los animales no humanos a una edad temprana y hacer daño después a seres humanos.
La Asociación Humanitaria Americana (American Humane Association, la que nos dice en los títulos de crédito de una película que ningún animal ha sido maltratado durante la grabación de la misma) expone que en el 88% de los hogares donde se produce maltrato infantil también ocurre maltrato animal. En cuanto a las mujeres que acuden a centros de la mujer buscando ayuda, más de la mitad declaran que su pareja amenazó con hacer daño a sus mascotas.
La correlación entre la violencia contra mujeres y niñas y la violencia contra animales no humanos demuestra como el patriarcado daña a aquellas que son marginalizadas y a menudo desempoderadas.
De hecho, muchos centros de la mujer aceptan a animales no humanos. Está probado que las mujeres tienden a no dejar a una pareja abusiva si no pueden llevarse a sus animales de compañía, ya que temen por la vida de sus mascotas. Debido a esta fuerte correlación entre la violencia contra la mujer y la violencia contra los animales no humanos, la mayoría de los estados recogen penas aplicadas al delito de maltrato animal.
La violencia es interseccional, así que nuestro movimiento para terminar con la violencia también debe serlo. Los animales no humanos también sufren bajo el patriarcado.
Hablando de interseccionalidad…

4. La interseccionalidad debe incluir a todos los grupos oprimidos
Es raro que no exista un hilo de comentarios feministas donde no se proclame en algún momento que “hasta los animales son mejor tratados que las mujeres”. Incluso en manifestaciones como las recientes protestas de Ferguson se podían oír comentarios del tipo “a un perro se le habría respetado más que a Mike Brown”.
 El lenguaje que rodea a los animales no humanos hace uso constantemente de una moral jerárquica que sugiere que ciertos grupos son más valiosos que otros, dando a entender así que la situación de ciertos grupos es más importante o significativa que la de otros.
Una actitud similar se refleja también en los discursos concernientes a los humanos cuando asumimos que la lucha por los derechos de un grupo debe demandar nuestra atención por encima de la lucha de otro grupo,  o que un grupo merece un mejor trato que otro a pesar de que ambos grupos pertenecen a espacios de opresión.
Un gran ejemplo de esto se da en el feminismo radical trans-exclusivo (TERF), donde las cisfeministas excluyen a las personas trans porque no creen que dichas personas sufran la opresión del mismo modo en que ellas lo hacen.
También hay algunas feministas blancas que no creen que el racismo tenga cabida en su agenda feminista porque la opresión “de género” es un asunto más acuciante a pesar del hecho de que las mujeres de color sufren opresión racial de género.
La interseccionalidad es un desarrollo teórico que nos ayuda a combatir dichas actitudes. La interseccionalidad nos ayuda a ver las conexiones entre distintos sistemas de opresión.
La realidad es la siguiente: la gente de color, mujeres, personas con discapacidad, la comunidad LGBTQIA+, etc, lo tienen bastante mal. Los animales también, especialmente aquellos que son considerados útiles solo en la medida en que son consumidos, ya sea por su carne o su leche.
Es ridículo intentar “posicionar” cómo de mal lo tiene cada grupo o asumir que debemos dedicar toda nuestra atención a la lucha por los derechos de un grupo en concreto, o suponer que si la mayor parte de nuestra atención se centra en un grupo en un momento concreto, debe ser porque los otros grupos son menos importantes o “lo tienen mejor”.
Todas estas esferas de opresión son subproductos del mismo mal sistemático – un mal que está fuertemente impregnado del patriarcado blanco supremacista.
Afirmar que a uno de estos grupos se le “trata mejor” que a los otros implica obviar completamente el modo en el cual estas opresiones están entrelazadas e incluso dependen unas de otras.

5. Nuestra sociedad también difunde mentiras sobre los animales
Como feministas, la mayoría de nosotras ya sabemos que las convenciones culturales se usan para naturalizar comportamientos problemáticos.
Sabemos que “son cosas de hombres” es una forma de evitar evaluar críticamente el motivo por el que a los hombres se les permite salirse con la suya al comportarse de forma violenta y destructiva. Es más fácil decir “bueno, los hombres son así por instinto” que relacionarlo con los sistemas de género que crean organismos culturales que actúan de modos específicos.
También vemos estas convenciones que dicen “bueno, los hombres simplemente son más sexuales que las mujeres” para explicar por qué en las películas se nos presenta de forma predominante a mujeres desnudas y no a hombres desnudos. Usamos esta misma convención para justificar por qué ocurren las violaciones. Es un modo de naturalizar las relaciones asimétricas de poder sexual.
De forma similar, en los espacios donde se consumen animales existen convenciones que naturalizan unos horribles sistemas de opresión. Mucha gente dice: “Nunca podría dejar la carne” o “nunca podría hacerme vegana porque me gusta muchísimo el queso”.
Es posible que el queso y las hamburguesas sepan bien, pero mientras tanto, estas convenciones nos desvían de la realidad sistemática en la que los animales no humanos son torturados, asesinados y violados para que nosotras podamos satisfacer nuestra adicción al sabor.
La apatía hacia la violencia nunca debería fomentarse en un movimiento de justicia social.
Las convenciones culturales perpetúan mitos y tradiciones. Por ejemplo, existe el cómodo cuento de que las proteínas solo pueden venir de animales a pesar de que igualmente hay buenas fuentes de proteínas en otras partes.
También sucede al creerse el mito de que matar “humanamente” a un animal es de alguna manera mejor que las condiciones de las granjas; un extraño mito, teniendo en cuenta las palabras “humanamente” y “matar” en la misma frase. El maltrato también está extendido en las granjas “ecológicas”.
Las convenciones nos permiten sentirnos cómodas con los comportamientos problemáticos. Nos permiten desviar la responsabilidad de las acciones que tenemos el poder de realizar.
Como feministas, tenemos que politizar incluso las cosas que aparentemente son mundanas en nuestras vidas, como la comida que consumimos. La Dr. A. Breeze Harper, creadora del proyecto Sistah Vegan, dice:
“No puedo ver sin más la comida como un “objeto mundano y cotidiano”. Entiendo el significado que se aplica a la comida como algo que representa una cultura entera de ideologías que lo rodean todo. Por ejemplo, la comida me puede relatar las expectativas sexuales, los roles de género, la jerarquía racial de poder y la capacidad de una sociedad”.

Afrontarlo con preguntas críticas sobre nuestra dieta, así como revisar los organismos de los que hablamos en nuestra teoría feminista, es uno de los primeros pasos para descolonizar nuestras mentes y cuerpos del patriarcado blanco supremacista.

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